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BRUJA LOCA: Vivía Con Animales MUERTOS Historias De Terror - REDE

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Speaker 2

En mi pueblo todos conocían a una mujer a la que le decían la loca de la casa rosa.

No recuerdo haber escuchado su nombre verdadero, porque desde niño ya la identificábamos así.

Su casa estaba en una esquina cerca de la plaza, y era imposible no fijarse en ella porque estaba pintada de un color rosa chillante que resaltaba entre las demás casas de adobe y cemento.

No era un rosa elegante ni fresco, era un tono viejo, descascarado en algunas partes, pero aún así llamaba la atención.

Lo que más marcaba su aspecto eran las ventanas.

No tenían vidrios ni cortinas, sino tablas clavadas en forma de X que las sellaban como si quisieran impedir que alguien mirara hacia adentro o que algo pudiera salir.

Cada vez que pasaba por ahí me parecía que la casa estaba tapada a propósito, como si escondiera algo que no debía verse.

La señora vivía sola, nadie recordaba haberle visto familia ni visitas.

Lo único que siempre estaba con ella era un perro flaco, de esos que dan lástima de tan descuidados.

Era un animal de color gris sucio, con las costillas marcadas y el pelo lleno de parches.

Se echaba en la entrada de la casa y pasaba horas sin moverse, o caminaba despacio por el patio arrastrando las patas como si no tuviera fuerzas.

Ese perro era casi tan conocido como su dueña, porque parecía ser su única compañía.

Los adultos del pueblo no hablaban mucho de ella.

Si la veían en la tienda o en el camino, apenas la saludaban con un gesto, sin pararse a conversar.

No se metían con ella ni le daban importancia, como si prefirieran no tener trato.

Pero para nosotros, los niños, la señora era motivo de miedo.

Decían que tenía un carácter insoportable y muchos aprovechaban eso para provocarla.

había grupos de chamacos que se paraban frente a la casa y le gritaban insultos se burlaban de su perro flaco o de las tablas en las ventanas ella salía de inmediato casi siempre con un vestido largo y descolorido y comenzaba a corretear los levantando los brazos y gritando maldiciones nunca lograba alcanzarlos porque ya estaba mayor y caminaba con dificultad Pero aún así, los niños corrían riendo por la calle, satisfechos de hacerla enojar.

Yo no me atrevía a insultarla, pero confieso que también le sacaba la vuelta.

Cuando me tocaba pasar por esa esquina, prefería cruzar a la otra acera o dar rodeos.

Algo en esa casa rosa me incomodaba, como si mirarla demasiado tiempo fuera peligroso.

Recuerdo que había noches en que mientras jugábamos en la calle, alguien decía que la loca hablaba sola, otros aseguraban que se escuchaban ruidos extraños desde dentro, golpes o arrastres que nadie podía explicar.

También corrían rumores de que sacaba bolsas de basura con olores fuertes y que en ocasiones las dejaba en la esquina para que el camión se las llevara.

Los más atrevidos decían que habían visto cosas raras dentro de esas bolsas, aunque nunca mostraron pruebas.

Con el tiempo, el apodo de la loca de la Casa Rosa se volvió normal.

Nadie la llamaba de otra forma, ni siquiera los adultos.

Si alguien decía, voy a pasar por la esquina de la Casa Rosa, todos sabían de quién hablaba.

Yo crecí escuchando esas historias y aprendí a evitar esa parte del pueblo en las noches.

En el día todavía era posible pasar rápido, pero en la oscuridad, con las ventanas tapadas y el perro inmóvil en la entrada...

La casa se volvía más intimidante.

Todo siguió igual durante años, hasta que ocurrió algo que marcó al pueblo entero.

Fue un día cualquiera por la tarde cuando un grupo de niños se juntó en la esquina.

Entre ellos había uno más atrevido, que empezó a gritar insultos más fuertes de lo habitual.

Los demás se reían alentándolo a seguir.

La señora salió como siempre, con el mismo vestido largo, gritando que se largaran.

pero esta vez no se quedó en la puerta.

Corrió hacia ellos con una rapidez que nadie esperaba.

El perro se levantó tambaleando, pero no la siguió, solo se quedó mirando.

Los niños corrieron en distintas direcciones como tantas veces lo habían hecho antes, pero el que había insultado más no fue tan rápido.

Ella lo alcanzó de un brazo y lo jaló con una fuerza que parecía imposible para alguien de su edad.

El niño gritó de inmediato, pidiendo ayuda, pero la señora lo arrastró hacia la puerta de la Casa Rosa.

Ese momento quedó grabado en la memoria de todos los que lo vimos.

Porque por primera vez la loca de la casa rosa había logrado atrapar a uno de los que se burlaban de ella.

Y lo que pasó después fue lo que convirtió aquellos rumores en algo mucho más oscuro.

La señora sujetó al niño de un brazo con una fuerza que no parecía normal para alguien de su edad.

El muchacho se retorcía, pataleaba y trataba de zafarse.

pero ella lo jalaba con tal determinación que parecía arrastrar a un muñeco.

Lo metió a empujones dentro de la casa rosa mientras él lloraba y gritaba pidiendo ayuda.

La escena fue tan rápida que los demás niños no supieron qué hacer.

Algunos dieron unos pasos hacia la entrada, pero al escuchar los alaridos de su amigo, sintieron un miedo que los paralizó.

Al final, todos corrieron a buscar a los adultos, gritando por las calles que la loca se había llevado a un niño.

El pequeño estuvo apenas unos minutos dentro, pero lo que contó después dejó al pueblo entero perturbado.

Dijo que al cruzar la puerta se encontró con montones de basura acumulada por todas partes.

había bolsas negras abiertas con restos podridos trapos viejos y recipientes oxidados amontonados en los rincones el olor era insoportable tan penetrante que le hizo llorar los ojos y le revolvió el estómago entre la basura alcanzó a ver cuartos cerrados con candados y a través de rendijas notó sombras de objetos que no supo describir pero que le parecieron cosas extrañas raras como si no fueran pertenencias normales de una casa la señora lo arrastró hasta la sala y lo tiró al suelo con brusquedad El niño intentó levantarse, pero ella tomó un frasco de vidrio que estaba sobre una mesa llena de botes y papeles.

Sin pensarlo, le arrojó encima el contenido.

Era un líquido que desprendía un olor penetrante, fuerte, como químico.

Apenas le cayó en la piel, el niño sintió un ardor insoportable.

Gritó con todas sus fuerzas, retorciéndose mientras veía cómo su brazo se enrojecía de inmediato.

El dolor le dio una desesperación que le permitió correr.

Logró ponerse de pie y se lanzó hacia la puerta, esquivando a la mujer que trató de detenerlo.

Salió tambaleándose por la entrada de la Casa Rosa y corrió con lágrimas en la cara.

Llegó a su casa directo al patio, llorando y con la piel marcada por las quemaduras.

Sus padres, alarmados, lo recibieron y, apenas escucharon lo que decía, supieron que tenían que actuar rápido.

Lo subieron a un vehículo y lo llevaron al hospital del pueblo.

Los doctores lo revisaron y confirmaron lo que ya se sospechaba.

Las heridas eran provocadas por un líquido corrosivo.

No era agua caliente ni aceite, sino una sustancia con químicos que provocaba quemaduras graves.

Esa noticia encendió la rabia de la familia y en cuestión de horas, también la de todo el pueblo.

Los padres del niño salieron del hospital furiosos contando lo que había pasado y las palabras corrieron de boca en boca.

No tardó en reunirse una multitud frente a la Casa Rosa.

Decenas de vecinos se congregaron en la esquina, algunos con piedras en la mano, otros con palos y machetes.

Todos gritaban que la señora saliera, que diera la cara, que explicara lo que había hecho.

Algunos insultaban, otros pedían justicia.

La calle se llenó de voces y hasta quienes nunca habían prestado atención a la mujer ahora estaban indignados.

Durante largos minutos no hubo respuesta desde el interior.

La puerta estaba cerrada y las ventanas seguían bloqueadas con las tablas en forma de X.

La gente comenzó a empujar la reja del patio, golpeando la entrada con los hombros y los pies.

Primero se tambaleó, luego se dio un poco, hasta que entre varios hombres lograron tirar la puerta de la casa el estruendo se escuchó en toda la cuadra la multitud se asomó con cautela sin atreverse a entrar de inmediato desde afuera salía un olor tan fuerte que varios se taparon la nariz y la boca Lo que se alcanzaba a ver desde la entrada confirmaba el relato del niño.

Montones de basura, muebles cubiertos de polvo y un desorden que no parecía simple descuido, sino abandono total.

Los vecinos se miraban entre sí, algunos dudando de continuar, otros exigiendo avanzar de una vez.

Ese momento marcó un cambio en el pueblo, porque todos sabían que lo que estaba por descubrirse dentro de esa casa rosa...

iba a ser más perturbador que los rumores que durante años habían circulado.

Cuando por fin la gente se decidió a entrar, el olor los golpeó de inmediato.

Era insoportable.

Una mezcla de basura acumulada, comida podrida y humedad encerrada durante años.

Algunos vecinos retrocedieron al instante, cubriéndose la boca con la camisa.

Otros siguieron adelante con linternas y lámparas en la mano, decididos a revisar cada rincón.

La sala estaba cubierta de bolsas negras amontonadas contra las paredes.

Muchas estaban rotas y dejaban ver restos de comida descompuesta, huesos pequeños y trapos enmohecidos.

El suelo estaba pegajoso, lleno de manchas oscuras que nadie quiso pisar.

El aire se sentía espeso.

como si al respirar uno tragara el mismo polvo y putrefacción que llevaba tanto tiempo encerrado.

Avanzaron hacia los cuartos, apartando con palos y machetes lo que bloqueaba las entradas.

En la primera habitación encontraron montones de ropa vieja, apilada sin orden.

con olor a humedad y ratas había botellas de plástico con líquidos amarillentos frascos de vidrio con sedimentos en el fondo y cajas llenas de papeles sucios todo estaba tan revuelto que parecía que durante años sólo había acumulado sin desechar nada en una de las habitaciones del fondo hallaron lo que más impresionó a todos sobre el suelo estaba un gato muerto ya en descomposición avanzada El hedor era tan fuerte que algunos tuvieron que salir a vomitar.

El animal estaba rígido, con manchas verdes en el pelaje, rodeado de moscas y larvas.

Nadie pudo entender por qué la mujer lo había dejado ahí.

Algunos dijeron que tal vez había muerto por descuido, otros pensaron que lo había guardado a propósito.

El recorrido continuó entre murmullos y caras de asco.

Descubrieron más botellas con líquidos sospechosos, algunos con olores químicos que ardían en la nariz.

Había frascos de medicina usados, otros con restos que parecían órganos pequeños de animales, y montones de basura apilada hasta el techo.

La impresión era que la casa estaba más cerca de un basurero que de una vivienda.

Lo más perturbador de todo fue que no había rastro de la mujer.

Nadie la vio salir durante el alboroto y al registrar cada habitación confirmaron que no estaba.

El perro, que siempre se echaba en la entrada, también había desaparecido.

Revisaron los patios, el techo, incluso las rendijas bajo las camas viejas, pero no encontraron señal de ella.

Era como si se hubiera desvanecido en el mismo momento en que tiraron la puerta.

La noticia corrió rápido.

Se avisó a familiares lejanos que aún vivían en otro estado.

pero cuando llegaron tampoco supieron dar explicaciones.

Apenas reconocieron lo que había pasado por lo que contaban los vecinos y el testimonio del niño.

Dijeron que hacía muchos años habían perdido contacto con ella y que nunca imaginaron que viviera de esa manera.

Después de la revisión inicial, la policía acordonó la casa por un tiempo.

Tomaron fotos, revisaron algunos frascos y levantaron un informe.

Pero, con el paso de los días, el interés se desvaneció.

Con los años, la casa pasó a manos de un pariente lejano.

Al poco tiempo, fue vendida a otra familia que decidió pintarla de otro color.

Trataron de borrar la imagen que el pueblo tenía de esa vivienda, pero no lo lograron del todo.

La fachada volvió a cambiar con los nuevos dueños.

Los patios se limpiaron y la basura fue retirada en carretillas.

Aún así, el recuerdo quedó impregnado.

Nadie dejó de llamarla la Casa Rosa, aunque ya no tuviera ese color.

Los niños crecimos, y nuevas familias llegaron al barrio, pero la historia se seguía contando.

La mujer que un día corrió detrás de un niño y lo arrastró hasta su casa, la misma que desapareció sin dejar rastro, se convirtió en un fantasma del pueblo.

Aunque la vivienda volvió a ser habitada,

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