Episode Transcript
Imagina que alguien en quien confías entra a tu casa en plena luz del día.
Le abres la puerta, le ofreces comida, tal vez hasta le preguntas cómo está su mamá.
Lo conoces desde que era niño, pero lo que no sabes es que esa persona viene con la intención de borrar a toda tu familia del mapa.
Así comenzó uno de los crímenes más desgarradores en la historia reciente de Chicago.
Más desgarradores en la historia reciente de Chicago El desvivimiento brutal de seis miembros de una misma familia, incluyendo a dos niños, a manos de su propia familia.
Una historia de traición, sangre y un silencio que gritó más duro que mil balazos.
Hoy vamos a hablar del asesinato que sacudió a Chicago en el 2016, la masacre de la familia Martínez Cruz.
Hola mi gente, linda, bella y preciosa, bienvenidos a su canal.
Delitos de Sangre.
Yo soy Magaly.
Para los que no sepan, suspecto en constancia compartas para que esta historia y delitos de sangre lleguen a más personas.
El episodio de hoy está bastante fuerte.
Mi gente, así que tengan en consideración su salud mental cuando escuchen esta historia.
La familia Martínez Cruz era mucho sentido de reflejo de tantas familias trabajadoras en Chicago.
Una familia de raíces mexicanas que había construido su vida en el barrio Gage Park, una zona al suroeste de la ciudad conocida por ser el hogar de inmigrantes que llegaron con sueños de prosperidad y estabilidad.
Allí, entre casas sencillas de ladrillo y calles con niños jugando, ellos habían echado sus raíces, compartían con sus vecinos y formaban parte de una comunidad.
En la casa de las 57,000 de South California Avenue, vivían varias generaciones bajo un mismo techo.
Era una casa modesta, pero llena de vida.
Dentro se respiraba ese calor familiar típico de los hogares latinos.
Siempre había alguien cocinando, alguien escuchando música, alguien conversando en la sala.
Esa unión, que en otras circunstancias sería motivo de orgullo, también se convirtió en el escenario de una de las tragedias más brutales que ha vivido la ciudad de Chicago.
Los pilares de la familia eran Rosaura, de 58 años, y su esposo Noé Martínez Sr.
De 62 años.
Ellos eran el corazón del hogar.
Eran trabajadores dedicados y profundamente ligados a sus nietos y a sus hijos.
Habían sacrificado mucho para sacar la familia adelante.
Rosaura era descrita como una mujer cálida y amorosa, la típica madre que siempre estaba pendiente de todos, que cocinaba de más para que nunca faltara un plato en la mesa.
Noé, por su parte, era un hombre tranquilo que trabajcinaba de más para que nunca faltara un plato en la mesa.
Noé, por su parte, era un hombre tranquilo que trabajaba duro y que llevaba con orgullo la responsabilidad de ser el patriarca.
Su hijo mayor, noé Martínez Jr.
De 38 años, era una persona reservada pero trabajadora.
Era de esos hombres que, sin hacer mucho ruido, siempre estaban pendientes para lo que faltara.
Sus vecinos lo conocían como alguien respetuoso, que saludaba y que vivía tranquilo sin meterse en problemas.
La hija, maría Herminia Martínez, de 32 años, era considerada la más alegre de todos.
Siempre andaba sonriendo, siempre con buena disposición.
Representaba la esperanza de una generación más joven.
María había tenido que enfrentar momentos difíciles en la vida, pero nunca perdió su entusiasmo ni su cariño hacia los suyos.
Y en el centro de todo estaban los niños pequeños, leonardo, de 13 años y Alexis, de 10 años, quienes eran los hijos de María y un hombre llamado Armando Cruz, a quien vamos a conocer más adelante.
Los niños eran el alma de la casa.
Leonardo, al que todos llamaban Leo, estaba en plena adolescencia.
Era un niño curioso, lleno de energía, con sueños que apenas comenzaban a formarse.
Alexis, el menor, era un niño dulce y alegre, todavía con esa inocencia que solo a los 10 años se conserva intacta.
Ambos iban a la escuela, jugaban en el barrio, hacían travesuras y traían risas a una casa que, como muchas, a veces lidiaba con dificultades, pero que siempre encontraba motivos para celebrar.
Los dos eran el orgullo de su padre, armando Cruz, quien, aunque no vivía en esa casa, estaba muy presente en la vida de sus hijos.
Quien, aunque no vivía en esa casa, estaba muy presente en la vida de sus hijos.
Cuando hablamos de casos criminales, muchas veces, especialmente en las comunidades latinas, las víctimas quedan reducidas a estatísticas.
Pero aquí estamos hablando de seis personas que tenían una historia familiar, que tenían sueños, que formaban parte de una red familiar y comunitaria.
La familia Martínez Cruz era, como tantas otras familias latinas en los Estados Unidos, una familia con sacrificios, con lucha, pero sobre todo con mucho amor.
Lo que nadie podía imaginar es que esa misma unión familiar, ese mismo compartir bajo un mismo techo los pondría en la línea de fuego de una de las tragedias más inimaginables, porque el monstruo no vendría de afuera, no sería un extraño, no sería un ladrón cualquiera, sería alguien cercano de confianza.
Ahora, para entender esta historia, no basta hablar de la familia.
Hay que hablar del lugar donde ellos vivían, en Gage Park, porque el escenario también cuenta mucho.
Gage Park es un vecindario en el suroeste de Chicago.
No es un barrio rico, ni mucho menos, pero es de esos sitios donde cada casa guarda una historia de sacrificio.
Desde hace décadas han vivido miles de familias inmigrantes, muchas de ellas mexicanas, que llegaron buscando un mejor futuro para sus hijos, y aquí me voy a detener un segundo.
La mayoría de los latinos en los Estados Unidos sabemos lo que significa vivir en un barrio como este, lo que es la lucha diaria, la mezcla de nostalgia por lo que dejaste atrás y la esperanza de que tus hijos vivan algo distinto por lo que dejaste atrás y la esperanza de que tus hijos vivan algo distinto.
En esas calles se escuchaba el español en cada esquina.
Había tienditas con letreros hechos a mano, puestos de comida, iglesias pequeñas con misas, dos domingos repletas de familias.
Para muchos, gage Park era un pedacito de México en el medio de Chicago, pero también era un barrio marcado por desigualdades, porque había pobreza, había violencia, había jóvenes que crecían sin tantas oportunidades, un lugar donde, si no tenías cuidado, la vida podía torcerse rápido.
Y yo no sé ustedes, pero yo siempre pienso que en estos barrios se viven dos realidades a la vez La del esfuerzo honesto de las familias que trabajan de sol a sol y las del peligro que acechan cada esquina.
Ahora, la casa de la familia Martínez Cruz estaba justo en medio de todo eso.
Era una casa común de ladrillo en una calle donde todo se conocía.
Era el tipo de lugar donde, si alguien no salía a trabajar o los niños no iban a la escuela, los vecinos rápidos se daban cuenta.
Y eso fue precisamente lo que pasó Cuando la rutina de la familia se quebró.
De repente la comunidad empezó a sospechar que algo andaba mal.
Lo irónico y devastador de todo es que el asesino también formaba parte de ese círculo.
Era parte de la familia extendida, lo suficientemente cercano como para entrar sin sospechas a la casa y lo suficientemente resentido como para poder convertir ese vínculo en una traición mortal.
Alguien que había compartido con ellos, que había comido en la misma mesa, que conocía cada rincón de esa casa.
Y eso a mí me da escalofríos, porque uno siempre piensa que el peligro viene de afuera, del desconocido, en la calle.
Pero ¿qué pasa cuando el enemigo está adentro?
¿Cómo te proteges de eso?
En toda tragedia como esta, siempre aparece una figura que carga con la oscuridad de los hechos Y en este caso esa figura fue Diego Uribe, un joven de apenas 22 años que, en vez de construir un futuro, eligió arruinar seis vidas, y la suya propia.
Diego, no era un extraño para la familia Martínez Cruz.
Era parte de la familia extendida, primo de los niños Leo y Alexis.
Su madre, nancy Cruz, era la hermana del padre de los niños Leonel y Alexis.
Del padre de los niños Leonel y Alexis Creció muy cercano a la familia Martínez Cruz porque sus tíos, Noé y Herminia, lo habían apoyado en momentos distintos, lo que hacía que Diego pasara bastante tiempo con ellos y hasta lo trataban como a un hijo más.
Y aquí está lo más doloroso, porque cuando el enemigo viene de afuera, de alguna manera uno entiende el riesgo, pero cuando la traición nace desde adentro, ¿qué te queda?
¿Cómo se explica que alguien que creció compartiendo la mesa termine empuñando un cuchillo contra los suyos?
De Diego se sabe que no tuvo una vida fácil.
Creció en un ambiente marcado por la falta de recursos, por tensiones familiares y, según varios testimonios, con una personalidad conflictiva.
Era un joven que había abandonado la escuela y no había logrado mantener un rumbo fijo.
No estudiaba ni tenía un trabajo estable.
Muchos lo describen como alguien con resentimiento hacia los que sí parecían salir adelante, y ese resentimiento poco a poco se fue transformando en envidia.
Miraba a la familia Martínez Cruz que, aunque no eran ricos, habían logrado estabilidad, vivían juntos.
Tenían una casa y trabajaban.
Los niños crecían en un ambiente más estructurado que el suyo.
Para Diego, eso se convirtió en un espejo incómodo Y yo les pregunto cuántas veces no hemos visto esto en familias, ese familiar que, en vez de alegrarse por el bienestar del otro, lo que hace es llenarse del coraje, como si el éxito ajeno les recordara sus propios fracasos?
A esto se le sumaba otro factor una relación que él mantenía con una joven llamada Jafet Ramos, de 19 años.
Diego y Jafet tenían un hijo juntos.
Ellos tenían una relación tóxica, inestable, donde había violencia y presión constante por dinero.
Ella quería más y él no tenía cómo dárselo.
Y en ese vacío nació la idea de conseguir dinero de la manera más cruel robándole a su propia familia.
Los fiscales señalaron algo clave Diego guardaba un resentimiento particular contra Noé Martínez Jr, su primo político de 38 años, porque lo consideraba arrogante.
Esa rivalidad interna, ese desprecio que llevaba acumulando, se convirtió en combustible para la masacre.
Y esto me deja pensando, porque en todas familias siempre hay roces, siempre hay alguien con quien no te llevas bien.
Pero de ahí a convertir ese resentimiento en un motivo para terminar con la vida de alguien, hay un abismo Y Diego lo cruzó sin mirar atrás.
Diego ya tenía un historial de violencia.
En el vecindario lo veían como alguien problemático, de carácter fuerte, que no dudaba meterse en peleas, y era un manipulador.
No era un joven que inspiraba confianza, pero nadie imaginó hasta dónde podía llegar.
Lo que nadie sabía en ese momento era que ese resentimiento, esa envidia y esa falta de rumbo estaban a punto de explotar Y lo peor iba a arrastrar a alguien más con él.
Esa fue la intención inicial de Diego y su novia Jafet dos jóvenes que, en vez de largarse a trabajar, de levantarse con dignidad, prefirieron mirar hacia lo más bajo.
Diego estaba presionado, su vida era un caos, sin estudio, sin trabajo, llevaba una relación conflictiva y una pareja que le pedía cosas que él no podía darle.
La falta del dinero y el resentimiento lo cegaron y en ese estado miró hacia su propia familia, no como apoyo, sino como objetivo.
Aquí te digo algo, y es bien duro, porque una cosa es sentir envidia, sentir que no estás a la altura, pero otra muy distinta es decidir que la solución es destruir a los tuyos.
Eso es un nivel de oscuridad que no se explica fácilmente.
El plan en la mente de Diego era sencillo Entrar a la casa de sus tíos y primos, llevarse el dinero y objetos de valor y salir sin dejar rastro.
Él conocía las rutinas de la familia, sabía cómo moverse dentro de la casa, qué puertas estaban abiertas, dónde estaban los niños, dónde guardaban las cosas.
Era información de confianza traicionada.
Al principio la novia Jafet se mostró un poco dudosa y, según su propio testimonio, después ella no planeaba un desvivimiento.
Pero Diego insistió, la arrastró con él y ella, de zángana, aceptó.
Pero lo que tal vez empezó como solo un robo terminó convirtiéndose en un pacto de sangre.
Yo no sé qué clase de amor es, ese que te hace seguir a alguien hasta el punto de ver cómo termina con la vida de su propia familia.
Eso no es amor.
Eso es complicidad en la maldad.
El 4 de febrero de 2016, no iba a ser un día cualquiera.
Diego estaba decidido.
Ese resentimiento que tenía contra Noé, la presión económica y esa rabia acumulada hicieron un clic Y lo que debía ser un robo, como dije, se convirtió en una carnicería.
Mi gente, porque una cosa es entrar, tomar lo tuyo que no es tuyo y huir, pero Diego no podía con sus propios demonios.
En esa casa había rostros conocidos, gente que lo había visto crecer, personas que representaban todo lo que él no era Y, en lugar de simplemente robar decidió que nadie saldría con vida Ese día, acompañado por Jafet, entró a la casa de la familia Martínez Cruz Y ahí la línea entre el resentimiento y el asesinato desapareció.
Y dime tú, ¿cómo puede alguien mirar a los ojos de un niño de 10 años, hijo de su propia sangre extendida, y decidir que va a acabar con su vida?
Esa es la pregunta que hasta hoy no tiene respuesta.
Era un jueves como cualquier otro en Gage Park.
Afuera, el invierno de Chicago congelaba las calles Adentro, en la casa de ladrillo de la familia Martínez Cruz, la rutina seguía como siempre.
Nadie sospechaba que esa noche se convertiría en la más sangrienta de sus vidas.
Cerca del mediodía, diego y su novia Jafet salieron caminando desde su casa hacia la casa de su familia en Gage Park.
A unas pocas cuadras Ambos fueron captados por cámaras de seguridad caminando tranquilos, con mochilas.
No mostraban señales de nerviosismo.
Diego Uribe llegó hasta la casa acompañado de su novia Jafet Ramos.
Para la familia no era extraño verlo.
Era parte del círculo cercano.
Su presencia no levantaba sospechas.
No era un extraño.
Tocando la puerta era el primo que entraba, como si nada.
Y ahí está lo macabro, porque cuando el peligro viene disfrazado de confianza, nadie está preparado para defenderse.
Dentro de la casa estaban Rosaura está preparado para defenderse.
Dentro de la casa estaban Rosaura, noé, noé Jr, maría, leonardo y Alexis.
Seis personas, tres generaciones, cada uno ocupado en lo suyo.
Diego comenzó a discutir con Noé Jr, el primo político con quien arrastraba los resentimientos, esos que eran más envidia.
Esa tensión explotó en segundos.
Lo que debía ser un robo se convirtió en un enfrentamiento.
Con un cuchillo en mano, diego atacó a Noé Jr, lo apuntó repetidas veces hasta quitarle la vida.
Fue el primer asesinato de la noche y el que marcó el punto de no retorno.
Aquí yo pienso ¿y si en ese momento Diego se hubiera detenido, tal vez todo habría quedado en un horrible crimen?
sí, pero no en una masacre.
Pero no, él ya había cruzado esa línea y no pensaba volver atrás.
Minutos después su padre, noé, llegó a la casa y encontró a su hijo en el piso.
Intentó intervenir, pero Diego la atacó por sorpresa, también con el bate.
Murió de trauma contundente y heridas punzantes.
Al escuchar el alboroto, rosaura bajó las escaleras, se enfrentó a Diego y trató de proteger a su familia, familia.
Diego también la apuñaló varias veces.
Tenía heridas defensivas, lo que sugiere que luchó con todas sus fuerzas antes de perder la vida.
Ahora, en algunas fuentes también se asegura que Diego lanzó a Rosaura por las escaleras.
Los abuelos, el corazón de la familia, murieron esa noche en su propia casa tratando de defender a los suyos.
La siguiente fue María, de 32 años.
Ella intentó huir, intentó pedir ayuda, pero Diego no se lo permitió.
Fue asesinada con un disparo.
Ella fue la única víctima que murió a balazos.
Ese detalle muestra hasta qué punto la violencia escaló.
Diego no se limitó a un arma, usó todo lo que tenía a su alcance para acabar con cada vida.
Y aquí, mi gente, es donde la historia se vuelve fuerte e insoportable.
Porque, después de privar de la vida a los adultos, quedaron los dos niños, leonardo de 13 años y Alexis de 10.
Los testimonios de Jafet revelaron que Diego, lejos de mostrar compasión, obligó a los niños a moverse por esta casa buscando objetos de valor, mientras ellos lloraban y suplicaban.
Imagínense el terror de esos niños viendo a sus seres queridos sin vida y sabiendo lo que les esperaba Al final.
Diego no los perdonó.
Los asesinó con la misma frialdad con la que había matado a los demás.
Dos vidas inocentes arrancadas de la forma más cruel.
Y yo les confieso aquí como madre, como ser humano.
Me cuesta poner palabras en este momento, porque hay crímenes que uno puede narrar, pero cuando se trata de niños, la rabia y la impotencia se mezclan.
¿cómo alguien es capaz de mirar a dos niños a los ojos y decir eso?
no se puede comprender.
Cuando todo terminó, la casa quedó en un silencio sepulcral.
Seis cuerpos sin vidas, sangre por todos lados, el eco de los gritos que nunca más volverían a escucharse.
Luego del crimen, diego y Jafet permanecieron en la casa por varias horas.
Revisaron gavetas, se llevaron dinero, joyas, teléfonos y documentos.
Intentaron limpiar la escena con papel, toalla, cloro y jabón.
Dejaron restos de limpieza esparcidos, tiraron objetos con sangre en la basura.
Diego y Jafet salieron de allí como si nada, dejando atrás una escena que marcaría para siempre la memoria de Chicago.
Pasaron las horas después de la masacre y la rutina del vecindario empezó a notar algo raro.
La familia Martínez Cruz era conocida por ser activa, siempre presente en el barrio, los niños en la escuela, los adultos trabajando o en contacto con otros.
Y de repente lo que hubo fue silencio.
Nadie entraba, nadie salía.
En barrios como Gage Park el silencio pesa porque cuando algo no cuadra, los vecinos no se sienten bien.
No es como una ciudad fría, como donde yo vivo, que nadie se fija en nadie.
Aquí, ahí, todos saben quién sale a trabajar, quién falta, quién no llegó y quién no pasó a saludar.
Fueron los primeros vecinos quienes empezaron a preocuparse.
Algunos familiares también se dieron cuenta de que los teléfonos estaban apagados o no estaban funcionando porque no había respuesta.
Después de dos días de no ver señales de vida en la casa, esa inquietud se transformó en una alarma.
Un compañero de trabajo de Noé Jr se dio cuenta que Noé no había ido al trabajo, lo cual no era algo normal.
Noé era un hombre responsable y nunca solía faltar al trabajo.
Así porque sí, y por esto llamó a la policía.
El 4 de febrero de 2016, la policía fue llamada para hacer un chequeo en la casa de la familia.
Nadie estaba preparado para lo que iban a encontrar.
Nadie estaba preparado para lo que iban a encontrar.
Cuando los agentes entraron a la casa, lo que encontraron fue indescriptible Seis cuerpos sin vidas vigentes, todos miembros de una misma familia, regados en distintas habitaciones.
Impactado incluso los más veteranos.
Chicago es una ciudad con una larga historia de violencia, pero esto era diferente.
Esto era una masacre dentro de un hogar.
Imagínate la presión de esos policías acostumbrados a ver asesinatos.
Sí, pero no algo así.
No, seis cuerpos juntos y entre ellos dos niños.
No, una familia entera borrada en una sola noche.
Obviamente, la noticia corrió como pólvora por Gage Park.
Los vecinos se acercaban, se tapaban la boca, lloraban al enterarse de que toda una familia había sido aniquilada.
Algunos no lo podían creer, otros decían que nunca imaginaron que algo así pudiera pasar en su calle.
El barrio entero entró en duelo.
En la acera de la casa comenzaron a aparecer velas, flores, ositos de peluche, una vigilia improvisada que mostraba el dolor colectivo.
Yo pienso que esas imágenes de los altares con velas y juguetes a frente de una casa son de las cosas más tristes que se pueden ver, porque simbolizan la inocencia interrumpida, la vida que no debió apagarse.
La noticia no tardó en llegar a los medios.
Chicago, una ciudad acostumbrada a titulares de violencia, se estremeció.
La diferencia era clara No se trataba de un tiroteo en la calle ni de pandillas enfrentadas.
Era un crimen íntimo dentro de una casa, con todos la familia de la misma sangre.
Las autoridades lo calificaron de inmediato como uno de los crímenes más atroces en la historia más reciente de la ciudad.
El alcalde, líderes comunitarios y organizaciones se pronunciaron pidiendo justicia y apoyo para las familias sobrevivientes.
Después del hallazgo, la policía de Chicago sabía que no estaba en frente a un caso cualquiera.
Eso no era un simple robo.
Eso era una masacre planeada, o al menos llevada hasta las últimas consecuencias.
Al inicio, los detectives bajaron varias hipótesis que pudo haber sido un robo violento que salió mal, una venganza relacionada con pandillas o incluso algún tipo de ajuste de cuentas.
Esto es lo clásico en ciudades como Chicago Cuando ves tanta violencia junta, lo primero que piensas es en pandilla.
Y con ciudades como Chicago, cuando ves tanta violencia junta, lo primero que piensas es en pandilla.
Pero aquí había algo raro, porque no habían forzado la entrada, no había señales de un intruso desconocido.
Todo apuntaba a que el asesino era alguien que conocía a la familia.
La policía empezó a recolectar evidencias en cada rincón de la casa.
Encontraron huellas dactilares, adn en distintos objetos Y lo más revelador fue rastros bajo las uñas de María, la hija de la familia que intentó defenderse.
Ese ADN más tarde daría un resultado sorprendente, porque le pertenecía a Diego Uribe.
Imagínate la rabia de María, luchando hasta el final, arañando, peleando, dejando pruebas que después revelaría quién fue su asesino.
Esa mujer murió peleando por su vida y dejó detrás la verdad en sus uñas.
Además de las pruebas físicas, la policía revisó los registros telefónicos.
Las llamadas y los mensajes ubicaban a Diego y a Jafet en la zona del día del crimen, el círculo se estaba cerrando.
Ya, no era solo ADN, también era tecnología que los ponía en la escena.
Pero en medio de esta historia hay una figura que se convirtió en símbolo de resistencia y de dolor, y ese es Armando Cruz, el padre de los dos niños privados de la vida en esta historia, leonardo y Alexis.
Armando era un hombre trabajador, muy querido en su comunidad, nacido en México, pero, como tantos otros, emigró a Chicago buscando una estabilidad y un futuro para sus hijos.
Y aunque no vivía en la misma casa de sus suegros, siempre estaba presente en la vida de sus hijos.
Y aquí me tengo que detener otro momento, porque yo sé, como madre, lo que significa eso.
No importa si vives o no bajo el mismo techo.
Cuando tú quieras a tus hijos, siempre buscas la manera de estar presente.
Siempre estás pendiente de sus risas, de sus estudios, de las cosas pequeñas que lo hacen alegre.
Armando vivía para ellos.
Leonardo, de 13 años, estaba entrando en la adolescencia.
Era curioso, lleno de energía, con ganas de aprender y de explorar el mundo, le gustaba el fútbol, la música y soñaba en grande.
Estaba en esa etapa donde todavía era un niño, pero ya quería ser visto como grande.
Y Alexis, de 10 años, era distinto.
Era más tierno, más dulce todavía, con esa inocencia intacta.
Era de esos niños que llenan una casa con preguntas, con carcajadas y con todas sus ocurrencias.
El tipo de niño que, aunque te da dolores de cabeza a veces siempre termina haciéndote reír.
Quién no reconoce a sus propios hijos en esa descripción, ese contraste entre el adolescente que quiere comerse el mundo y el chiquito que todavía vive en su burbuja.
Armando hablaba de sus hijos con orgullo y lo más doloroso es que, tras el crimen, cuando él tocó dar declaraciones, él dijo algo que a mí se me quedó grabado en la mente y fue el que quiero recordarlos, con amor y no con dolor.
Y yo te digo, yo no sé si yo tendría esa fortaleza, porque perder a un hijo ya es una tragedia que te rompe el alma, pero perder a dos, y de una forma tan violenta, es algo que no cabe en la mente.
A través de sus hijos, armando estaba muy ligado a la familia Martínez.
Los abuelos, rosaura y Noé, eran quienes compartían el día a día con Leo y Alexis, dándole ese cariño de abuelos que siempre está presente, porque, al vivir todos juntos en la misma casa, los niños crecían rodeados de amor y compañía.
Ese era el círculo familiar que se rompió de la manera más cruel.
Mientras tanto, el vecindario estaba en shock y la presión sobre la policía era enorme.
Chicago entero quería respuestas.
No se podía permitir que un asesino de seis personas anduviera suelto.
Los investigadores mantenían el hermetismo, decían poco, pero lo que sí dejaron claro era que tenían un camino sólido hacia los sospechosos.
El 13 de mayo de 2016, apenas tres meses después de la masacre, la policía anunció el arresto de Diego Uribe, de 22 años, y su novia Jafet, de 19 años.
La noticia sacudió aún más a la comunidad.
El asesino no era un extraño.
Era el primo político de la familia.
Y aquí yo pienso qué tan fuerte debe ser para un padre escuchar que el asesino de sus hijos no vino de la calle, sino de la misma sangre.
Eso es una apuñalada doble.
Jafé Ramos terminó siendo la pieza clave.
Al verse acorralada, colaboró con la fiscalía.
En sus declaraciones, detalló cómo Diego había atacado a cada miembro de la familia, cómo ella lo acompañó y cómo todo comenzó con un simple robo.
Sus palabras fueron escalofriantes.
Describió cómo Diego obligó a los niños a moverse por la casa a buscar cosas de valor antes de quitarle la vida.
Esa confesión se convirtió en prueba irrefutable contra él.
Pasaron años desde la masacre hasta que finalmente, en 2022, comenzó el juicio contra Diego.
La espera fue larga, pero la fiscalía estaba decidida a presentar un caso sólido con pruebas contundentes que no dejaran un espacio para dudas.
El tribunal estaba lleno de periodistas, familiares, vecinos y curiosos.
La atención mediática era enorme.
No todos los días se enjuicia a alguien acusado de acabar con la vida de seis miembros de su familia.
Todos los días se enjuicia a alguien acusado de acabar con la vida de seis miembros de su familia.
Y yo me imagino ese ambiente, esos minutos de silencio justo antes de que empiece el juicio, donde todos esperan escuchar cómo se va a desmenuzar el horror.
Los fiscales no anduvieron con rodeos.
Los fiscales presentaron el ADN, mostraron las localizaciones de los registros celulares y, sobre todo, trajeron a declarar a Jafet la novia de Diego, que se convirtió en la testigo estrella del caso.
El argumento era claro Diego había planeado un robo contra su propia familia, motivado por dinero y resentimientos, y terminó convirtiéndolo en una masacre sangrienta.
Terminó convirtiéndolo en una masacre sangrienta.
El momento más fuerte del juicio fue cuando Jafet Ramos subió al estrado.
Su relato estremeció la corte.
Ella contó todo paso a paso.
Cómo terminó con la vida del abuelo, cómo terminó con la vida de la abuela, cómo le disparó a María y cómo obligó a los nenes.
Su testimonio fue tan detallado que muchos en la sala se estremecieron.
Los familiares tuvieron que salir porque no podían soportar escuchar cómo habían muerto sus seres queridos.
Yo no sé cómo alguien puede tener la frialdad de contar esas escenas sin quebrarse por completo.
Pero también entiendo que Jaffer lo hacía para salvarse a sí misma, para obtener un trato con la fiscalía.
Era su manera de decir yo estuve, pero él fue el monstruo.
La defensa intentó desacreditarla diciendo que ella tenía motivaciones para culpar a Diego, pero el jurado no se dejó convencer Entre las pruebas de ADN, las pruebas tecnológicas y el testimonio.
El 5 de octubre de 2022, después de deliberar, el jurado fue contundente Diego Uribe fue hallado culpable de seis cargos de asesinato en primer grado y la corte estalló en un silencio pesado.
Para la familia sobreviviente era una mezcla de alivio con dolor, porque sí se había hecho justicia, pero nada devolvía a Alexis, ni a Leo, ni a los demás.
Un mes después, en noviembre de 2022, se dictó sentencia y fue cadena perpetua, sin la posibilidad de libertad condicional.
El juez lo dijo sin titubeos, por la brutalidad del crimen, por el número de víctimas y por la inocencia de los niños, diego jamás volvería a caminar libre.
En cuanto a Jafé Ramos, ella recibió una condena de 25 años de prisión por robo a mano armada.
Gracias a su cooperación con la fiscalía, ella saldrá algún día, pero Diego nunca.
Qué ironía, ¿no?
Una vida de 22 años que podría haber tomado cualquier rumbo terminó encerrada para siempre por una noche de odio y codicia.
Pero al mismo tiempo, ¿de verdad?
alguien como él merece otra oportunidad?
Yo pienso que no.
Ahora, si hay alguien que quedó marcado para siempre por esta tragedia, ese fue Armando Cruz, el padre de Leonardo y Alexis, los niños.
Perder un hijo es, para muchos, la herida más profunda que un ser humano puede cargar.
Perder un hijo es para muchos la herida más profunda que un ser humano puede cargar.
Perder a dos, y de la forma en que murieron estos niños, es un dolor imposible de describir.
Uno siempre piensa que su misión en la vida es proteger a sus hijos, guiarlos, verlos crecer.
Imagínate de pronto quedarte sin eso, y no por accidente, no por una enfermedad, sino porque alguien de la propia familia decidió arrancarlos de tu vida.
Eso no se sana nunca.
Cuando llegó el momento del veredicto y después de la sentencia, armando habló, no gritó, no maldijo.
Sus palabras fueron sencillas pero cargadas de fuerza.
Quiero recordarlos con amor y no con dolor.
En esas pocas palabras resumió lo que llevaba en el corazón Porque, aunque la rabia es inevitable, él sabía que si solo recordaba el horror de sus hijos, seguirían muriendo cada día.
Quiso que la memoria de Leo y Alexis fuera de amor, de ternura de lo que fueron en vida.
Y yo me pregunto ¿tendría yo esa misma fortaleza?
No lo sé, porque la tentación de quedarse en la rabia, en el odio, debe ser enorme, pero este hombre escogió la memoria del amor.
El vecindario tampoco volvió a ser el mismo.
La casa de la familia, que antes era un símbolo de unión, se convirtió en un recordatorio de la masacre.
Los vecinos montaron altares, hicieron vigilias con velas y oraciones y durante semanas la calle se llenaba de personas que querían mostrar respeto.
El crimen sacudió la confianza de todos.
Si una familia entera podía ser destruida por alguien de adentro, ¿qué seguridad quedaba En la ciudad?
el caso se convirtió en tema de conversación durante meses.
No era otro crimen más En Chicago.
Era distinto porque mostraba la fragilidad de los vínculos familiares cuando entra en juego la violencia, la codicia y el resentimiento.
El recuerdo de los niños, en especial, quedó grabado en la memoria colectiva.
Sus nombres aparecían en murales, en misas, en palabras de líderes comunitarios, y yo pienso, a veces los barrios cargan cicatrices que no se borran, y esta fue una de ellas para Gage Park.
Cada vez que alguien pasaba frente a la casa, se acordaban de Leo, alex y de sus abuelos, de toda la familia.
Y esta, mi gente, fue la historia de la familia Martínez Cruz.
Que en paz descansen.
Dime ¿qué es peor?
¿Que te mate un extraño o que lo haga alguien que compartió la mesa contigo?
¿De verdad?
¿Cadena perpetua alcanza para pagar seis vidas?
Porque yo siento que no hay cárcel suficiente para esto.
Esta no fue una historia fácil de contar, y sé que tampoco fue fácil de escuchar.
Esta no fue una historia fácil de contar, y sé que tampoco fue fácil de escuchar, pero la contamos porque es necesario recordar que detrás de cada crimen hay vidas, hay familias y sueños rotos.
Gracias por llegar conmigo hasta aquí.
Déjame saber en los comentarios cómo viste esta historia, porque este canal no es solo mío, mi gente, este canal es suyo y sin ustedes este canal no es nada y yo leo todos sus comentarios, así que hagan bien, sin mirar a quien.
Los quiero mucho y nos vemos en la próxima.
Delitos de sangre.
Bye.