Episode Transcript
La fiesta estaba llegando a su fin, quedábamos pocas personas.
La dueña nos habló de un fantasma en esa casa que tenía años sin ver, y la reacción de todos fue la misma, de terror, porque había sido muy claro que muchos de nosotros, sin saberlo, esa noche lo habíamos visto.
Muy buenas noches comunidad, sean bienvenidos y bienvenidas a una nueva edición de este octubre de relatos en la que como ya saben hemos intentado reunir las historias más macabras y aterradoras que nos han llegado.
Es por eso que les pedimos que sean muy respetuosos con los relatos que vamos a contar esta noche, nunca se sabe cuando uno será el siguiente protagonista y tendrá que tomar nota de cómo otras personas han sobrevivido a un encuentro con lo paranormal.
Así que esta es la última oportunidad para buscar otro contenido, a partir de este punto no hay vuelta atrás.
En 10 segundos comenzamos con este episodio de relatos.
de la noche.
Hola comunidad, me llamo Nadia y siento que acabo de vivir un fallo en la realidad, o al menos eso creo.
Estoy completamente estupefacta pero quiero que ustedes juzguen, que me ayuden a pensar qué es lo que viví.
Vivo en un pequeño rancho donde solamente hay cuatro casas.
Por supuesto que todos los vecinos nos conocemos y nos llevamos bien.
Estamos en medio del campo, por lo que no me sorprendió que cuando regresaba de la farmacia de la ciudad más cercana, me topara con un camión de carga que transportaba grano, justo delante de mi vehículo.
Maldije mi suerte, porque esos camiones agrícolas al ser tan pesados avanzan muy lento, máximo 30 kilómetros por hora.
Y sin oportunidad de rebasarlo por las curvas, iba a tener que irme detrás de él todo el camino.
Así que la vuelta se iba a hacer larga, y mi bebé ya estaba desesperada por llegar a dormir.
No me quedó de otra más que ser paciente, conducir despacio, esperar.
De repente vi que otro carro iba detrás de mí.
Lo reconocí de inmediato.
Como íbamos tan lento, tuve oportunidad de voltear y ver con claridad.
Era el carro de mis vecinos, una pareja de adultos mayores.
El señor iba manejando y la señora a su lado, como siempre.
Y pues, ni modo, íbamos juntos en eso.
Nos tocaría hacer más tiempo de lo normal para poder llegar a nuestras casas.
Entonces por fin llegamos a la salida del camino de tierra que nos lleva hasta nuestro rancho.
Entré hacia él con cuidado y mi sorpresa fue ver por el retrovisor que mis vecinos se iban de largo.
No entendía que podían ir a buscar hacia allá, hacia la montaña, pero bueno, algún asunto tendrían.
Pero aquí viene lo extraño, comunidad, porque al llegar y estacionar mi carro, justo enfrente de mi casa estaba ese vehículo blanco, estacionado, y por la ventana pude ver a mis vecinos, los adultos mayores, cenando tranquilamente en su cocina.
pero no me confundí, no los vi mal, yo los acababa de ver en la carretera, ese carro con sus heridas de batalla, con su pintura vieja, y a mis vecinos, a los dos con toda claridad.
Sé que puede no parecer la gran cosa, pero sé que no me equivoqué, y no puedo explicarme qué fue lo que vi.
Me llamo Arturo Villeda.
Esto me sucedió hace unos años en la frontera entre Guatemala y El Salvador.
En ese entonces ya estaba separado de la madre de mi hija, que tenía un año y medio.
Yo vivía en la capital y ellas vivían en la frontera, en una aldea que está unos kilómetros adelante de Jalpatagua, Jutiapa, en medio del río Paz y el río Pululá.
La comunidad se llama Las Pilas Comapa, para ser exacto.
Esto fue un martes, justo día del niño.
Yo trabajaba como gerente de seguridad en un centro comercial de la capital.
Ese día recibí pago, más dos bonos que me daban por básicamente mantener todo en orden y cumplir las metas.
Yo tenía contemplado ir el sábado a ver a mi hija, para estar de regreso en casa el lunes de madrugada y llegar a tiempo al trabajo.
Así que al salir ese martes a mi turno de descanso, pasé por una coquetería a comprarle un muñeco de más de un metro, zapatos, ropa y muchas cositas más.
Más tarde llegué a casa, a casa de mis papás cuando aún vive ahí.
Saludé a mi mamá y le enseñé todo lo que había comprado.
Le conté mi plan de ir a ver a mi hija el sábado.
Estaba en eso cuando llegaron las vecinitas, de cinco y tres años, hijas de un matrimonio de escasos recursos.
Al ver esos ojitos de alegría mirando los juguetes que yo había comprado, pensé,¿ y si mi hija está viendo a alguien recibir juguetes ahora?¿ Si está viendo con añoranza actos de cariño con esos mismos ojitos?
Ahí fue cuando dije, no, tonterías esperar hasta el sábado.
Ahí mismo, siendo las nueve y media de la mañana, le dije a mi mamá que me hiciera algo de comer, para que estuviera listo al salir de bañarme.
Tenía que irme.
Veinte minutos después ya estaba encendiendo el carro para ir a ver a mi hija, pero para mi desgracia no arrancó.
Claramente en ese momento eso no me iba a detener, así que tomé el bus que me llevaría a la carretera a El Salvador para esperar otro hacia Jutiapa.
Miren, creo que cuando uno más apurado va, más contratiempos se le atraviesan.
Después de no encontrar buses y tener que irme a jalones, cargando bolsas con montón de cosas, a eso de las diez de la noche apenas estaba llegando a las pilas, colgando de un busito todo taligueado, pero ya, por fin...
Llegué finalmente y entré a la entrega de regalos y jugar un ratito con mi hija.
Se me hicieron las 12 y ahí fue cuando empecé a pasarla difícil.
Primero, mi celular estaba sin carga porque la abuela de mi bebé no me quiere y no me dejó conectarlo.
Segundo, yo tenía que estar el otro día a las 7 de la mañana en mi trabajo, así que no podía quedarme a dormir.
Además, no había dónde.
Dije, pues ni modo, a caminar.
Así emprendí mi viaje para llegar a la ruta donde el primer bus pasaba a las tres de la mañana.
En las afueras de la aldea había una tiendita abierta.
Compré una linterna casi de juguete de tres quetzales para iluminarme el camino, porque ahí no hay ni un poste de luz.
Caminé y caminé y caminé.
Fue ahí cuando empecé a sentir el ambiente raro, además eran talegazos de lluvia y en cada trueno miraba sombras paradas a la orilla del camino.
Me las imaginaba con ojos rojos como brasas, pero honestamente ya iba bien nervioso y pensé que estaba imaginando cosas, pero no podía detenerme ni regresar.
Mi incertidumbre se calmó un poco cuando vi dos postes de luz a lo lejos.
Eso quería decir que estaba llegando a un lugar que se llama el Tempisque, cacerío antes de llegar al río Pulula.
Ya estaba a medio camino.
Pero a lo lejos, al pie de uno de los postes, había una piedra grande.
Siempre había estado ahí, ya la conocía.
Lo que no estaba antes era...
la mujer...
y el niño de unos cuatro años que estaban ahí, sentados en ella.
Al principio quise convencerme de que no era nada raro, que quizás estaban esperando a alguien, pero fui perdiendo esa esperanza al pensar,¿ qué mujer estaría a esa hora bajo la lluvia, con su niño y en plena madrugada?
Y puede que también haya ayudado un potente olor a descomposición, que se hacía más fuerte a cada paso que daba.
Llegué a unos tres metros.
No la vi de frente, a lo macho que sí quise, pero no me dio la cara para hacerlo.
Solo la vi de reojo.
Los dos eran pálidos, con la piel arrugada, hinchada, como cuando uno pasa mucho tiempo en el agua.
Así se miraban.
Estaban agachados y se les notaban las venas del cuello hinchadas, pese a una abertura que tenían de lado a lado.
Les juro que de ahí brotaba algo.
No era sangre.
Era un líquido negro y espeso, como chapopotes derretido.
Yo nunca he sido tan religioso, pero en ese momento me acordé de todas las oraciones del catecismo.
Y es que, Dios,¿ ustedes qué hubieran hecho?
Recé y recé, no para dejar de ver, sino para que me volviera a la fuerza el cuerpo, porque ya ni siquiera podía moverlo, porque cada vez me costaba más avanzar.
A cada paso sentía que pesaba más y más y más, hasta que me di cuenta de que, sobre mis hombros, colgaban las dos piernas del niño.
Pesaba más que un costal de cemento, les juro.
Ya no podía moverme.
Y la mujer caminaba al lado mío...
Y empezó a llorar...
Pero de una manera horrenda...
A chillar y a hacer gárgaras...
Como si tuviera cortado el cuello por donde respiraba...
Y el líquido que le salía a chorros...
No le dejara llorar con fuerza...
Ahí sí sentí que me iba...
Sentí miedo...
Mucho...
Y simplemente acepté lo que estuviera a punto de pasarme...
Me rendí al peso...
No solo en la espalda...
Sino en el alma...
Caí de rodillas.
Bien recuerdo que dije dentro de mí, bueno padre, si esta es mi hora, es la hora.
Solo por favor cuida de mi hija y que por favor encuentre mi cuerpo para que mamá no sufra tanto.
Y cuando dije eso, la muy maldita mujer a mi lado se empezó a reír, se empezó a carcajear.
Yo ahí de rodillas con los ojos y el corazón apretados a miel, sentí un aire que en la vida había sentido antes, cálido y ligero, como una brisa que te da en el puerto.
Pero no abrí los ojos, solo seguí rezando una oración a San Miguel Arcángel que me sé, y así seguí como por diez minutos, hasta que sentí que me regresaban las fuerzas, una paz bien profunda que no tengo idea de cómo explicar.¿ Se acuerdan que les dije que estaba antes de llegar al río Purulá, que iba medio camino?
Pues cuando abrí los ojos ya no estaba ahí.
Estaba hincado pero justo donde tomaba mi bus, en la entrada de la aldea del Coco.
Han pasado años y todavía, cuando me acuerdo, me vuelve a sudar todo.
Jamás supe qué carajos vi, ni cómo pasé de ese lugar antes del río, a la estación a donde me dirigía.
No se lo puedo atribuir ni al guaro ni a las drogas, porque son vicios que no tengo.
Y aunque no sé cómo, sí sé qué y quién me salvó esa noche.
Buen día, Uriel.
Mi nombre es Sebastián Pérez y te saludo desde Barcelona, Cataluña.
La vivencia que quiero compartir contigo es algo que pasamos junto con mi mejor amiga, Jennifer, en el año 2021.
En ese entonces aún vivía en mi país de nacimiento, El Salvador.
Recordé esta historia debido al video de la macabra mujer en el árbol, y te explico por qué.
Verás, con mi mejor amiga teníamos la costumbre de quedarnos hasta la llegada de la madrugada fuera de nuestras casas, sobre todo los fines de semana en los que descansábamos del trabajo.
Esto fue un viernes por la noche.
Estábamos como de costumbre hablando, riendo y comiendo unos snacks y gaseosa, cuando llegadas las tres de la mañana, escuchamos una voz.
Te juro que cuando escuché el ruido que mencionas en el relato de la mujer del árbol, recordé inmediatamente la voz tan grave que escuchamos aquella vez.
era una voz profunda, idéntica a la del video, una voz que salió del suelo, y nos dijo, no te vayas para afuera, mi amiga y yo nos quedamos viendo mutuamente, buscando de donde pudo salir aquella voz, porque parecía venir desde unos 10 metros arriba de donde estábamos, pero con una resonancia sumamente extraña, como si vinieras desde abajo, desde la tierra.
Mi amiga es muy miedosa con esos temas y le dije que se calmara, que quizás era algún vecino tratando de jugarnos una broma por la hora en la que estábamos afuera.
Caminé hacia donde escuchamos la voz, pero todo estaba en silencio.
No había nadie alrededor, ni una luz encendida en las casas próximas.
Aún así, yo seguía con la idea de que tal vez era broma de alguien.
Me regresé a donde estaba mi amiga y cuando llegué con ella, la misma voz volvió a escucharse.
Esta vez dijo...
Y el mismo ruñido que tú pusiste en el video, ese mismo sonido se escuchó...
Mi amiga estaba pálida del miedo, pero logré tranquilizarla.
Lo que no sabíamos era que probablemente esa voz nos estaba advirtiendo de lo que se avecinaba.
Y es que estábamos ahí afuera, más o menos una media hora después, cuando volteamos a ver hacia arriba.
Te juro que vi pasar un grupo de tres o cuatro figuras.
Lo más aterrador no era ver personas caminando a las tres y media de la madrugada, sino que parecían ir flotando, que eran figuras que no tenían pies, solo se veía el torso hacia arriba, de la cintura para abajo no tenían nada.
Le dije a mi amiga que volteara, que viera y cuando lo hizo, se asustó tanto que nos metimos corriendo a su casa y ahí esperamos hasta que se le pasó el susto.
En la dirección hacia donde iban esas figuras, hacia donde iban flotando, había una barranca.
Y a los pocos minutos de que desaparecieron, se empezó a escuchar como si estuvieran degollando cerdos.
Un sonido espantoso.
Un chillido tan fuerte y desgarrador que, hasta este momento, cuatro años después de lo sucedido, lo tengo grabado en la mente.
Era horrible el ruido.
Mi amiga se puso mal del susto que se llevó.
Lo extraño del caso es que nadie más pareció escucharlo.
Nadie salió de sus casas.
Ninguna luz se encendió.
Parecía que todo el vecindario dormía profundamente, como si nada estuviera pasando.
Solo un par de perros empezaron a ladrar después de los chillidos, y luego silencio total.
A la noche siguiente tuvimos la idea de quedarnos nuevamente hasta la madrugada, pero algo extraño nos hizo arrepentirnos.
Empezó a llover más o menos a la medianoche, así que decidimos quedarnos dentro de la casa de mi amiga.
Pero cuando salimos a la terraza, vimos que en el cerro que está frente a nuestra colonia, el Cerro San Jacinto, había una bola de fuego posada en una zona alta de ahí.
Lo raro fue que a pesar de la lluvia, ese fuego no se apagaba, al contrario, parecía que por momentos crecía y luego volvía a su tamaño original.
Debido a lo sucedido la noche anterior, le dije a mi amiga que mejor me iría a mi casa.
No podíamos arriesgarnos con algo que no entendíamos, con algo de lo que no sabíamos nada realmente.
Nos quedamos viendo aquella bola de fuego por casi 30 minutos, y aunque la lluvia era muy fuerte, nunca se apagó.
Me fui a casa y, según me dijo mi amiga después, aquella bola de fuego siguió visible hasta muy tarde en la madrugada.
Esa fue la experiencia más fuerte que vivimos juntos.
Lo más fuerte que yo pasé solo, te lo cuento en otro correo, y creo que es lo más duro que me ha tocado enfrentar.
Te envío un saludo Uriel y si algún día publicas esto, también le mando saludos a toda la comunidad.
Un abrazo muy fuerte desde Barcelona.
Si ya llegaste hasta este punto y no te has suscrito, no entiendo por qué no quieres ser parte de la mejor comunidad de internet, de la comunidad Relatos en la Noche, pero esta es tu oportunidad.
Suscríbete, no te pierdas ya ningún nuevo episodio.
Les vamos a dejar en la descripción un enlace para que compren mi libro, Relatos a la Noche.
Ya está agotado por completo en muchos lugares, pero sabemos que hay librerías que todavía lo tienen, sobre todo en línea.
Pero hay una muy, muy, muy buena noticia y es que ya está disponible en España.
Es una nueva edición 100% española impresa allá con una portada especial para aquel país y además hay algunos términos que adaptamos para que fuera completamente comprensible para cualquier persona.
que no domina nuestros regionalismos, que no domina estas palabras que a veces usamos los mexicanos.
Estamos muy contentos, así que si nos escuchas desde allá, ya puedes encontrar el libro en Amazon España y en cualquier librería.
Nos encantaría por fin recibir una historia de alguien con esta nueva edición que todavía no ha pasado, así que vamos a esperar quién es la primer persona que nos la presume.
Ojalá que lo disfruten, es una pequeña pieza de literatura de terror mexicana muy, muy honesta que les prometo está hecha con mucho cariño.
Y ahora sí, continuamos con una historia más esta noche.
Mi nombre es Katia y esto pasó hace tres años, en una fiesta de Halloween a la que me invitaron algunos amigos de universidad.
Bueno, en realidad no eran mis amigos, eran amigos del chico que me gustaba.
Yo todavía estaba en último año de prepa y no salía mucho, pero cuando me dijo que fuera, que iba a ser una fiesta tranquila, acepté.
La fiesta era en una casa vieja, enorme, en una zona antigua de Puebla, de esas casas que tienen techos altos, paredes gruesas y pisos de madera que crujen con cualquier paso.
Me gusta mucho escuchar mis pasos en casas así, y también cómo huelen, cómo se siente el tiempo en ellas.
Cuando llegué ya había mucha gente.
La casa estaba decorada con luces naranjas y calaveras de papel, y sonaba música por todos lados.
Había una barra con bebidas y un montón de personas disfrazadas, la mayoría de personajes de películas o cosas así.
Era la primera fiesta de Halloween a la que iba que parecía una fiesta de película.
Yo iba de bruja, pero nada del otro mundo.
No era una bruja slutty, simplemente bruja.
Y entre toda esa gente en medio del ruido, fue cuando vi algo que me llamó la atención.
un niño en medio de la fiesta, sentado en el último escalón de la escalera de caracol que subía al segundo piso.
Llevaba un disfraz rojo, con una máscara de plástico de diablo.
Estaba quieto, con las manos en las rodillas, sentado muy derechito.
Nadie le hablaba, y como el baño de abajo estaba ocupado, subí las escaleras a preguntarle si había otro arriba, dando por hecho que él vivía ahí.« No puedes subir, esta no es tu casa», Me contestó muy despacio.
Tuve que acercarme para escucharlo porque la música abajo era alta.
El niño levantó un poco la cabeza y se quedó mirándome sin decir nada más.
Alcanzaba a sentir su mirada profunda debajo de la máscara.
No sé por qué, pero me dio una sensación muy rara.
No quería provocar un problema y sentí que tenía...
algo.
No sé cómo explicarlo sin ser ofensiva, pero se notaba que no era un niño común.
Me hizo sentir como si me hubiera equivocado al hablarle sin saber qué tenía o cómo hacerlo.
Me alejé y regresé al baño de abajo porque no me animé a subir las escaleras.
Pasó el tiempo.
La fiesta siguió, pero poco a poco la gente se fue yendo.
Ya eran casi las tres de la mañana y quedábamos unas siete personas en total.
La dueña de la casa, su novio, el chico que me gustaba y algunos amigos más.
Nos sentamos en la sala y cuando estábamos planeando un juego para contactar con los muertos, alguien le dijo a la dueña, riéndose,« Oye, pero primero que se vaya a dormir el guardia, ¿no?».
Ella se rió también por un momento, pero luego preguntó a qué se refería.« Tu hermano, ¿no?
Que ha estado de guardia hoy», le dije yo.
La chica se quedó seria y contestó,« Mi hermano no está aquí, se fue de viaje con su novia y su familia».
Hubo un silencio y alguien le preguntó,¿ Cuántos años tiene tu hermano?
Veinticinco.
Ella contestó.
Entonces el que había hecho el primer comentario volvió a preguntar, Oye, pero...
Entonces,¿ Quién es el niño que está sentado en las escaleras?
El que no nos dejaba subir.
Todos volteamos hacia ese lugar.
Creo que todos habíamos intentado en algún momento subir con el mismo resultado.
pero la escalera estaba vacía, solo la luz tenue de una vela iluminaba los escalones.
Fuimos todos juntos a revisar, por si acaso, nadie quiso separarse.
Subimos los primeros peldaños y en cuanto lo hicimos, nos llegó un olor horrible, como humedad y a carne podrida.
La dueña tapó la nariz con la manga de su suéter y dijo que venía de arriba, pero que no había nadie en la casa.
Alguien bromeó diciendo que era el niño fantasma y ella muy seria respondió.
No, aquí no se aparece ningún niño.
Se quedó callado un momento y luego continuó.
Cuando yo era niña, sí veía algo, pero no era un niño.
Era un señor con cuernos.
Se ponía en la escalera y me decía que no subiera, que esta no era mi casa, pero desde que tengo nueve años que no lo veo.
Nadie dijo nada más.
Nos quedamos ahí, escuchando como la casa crujía con el viento, como si algo se moviera arriba.
Por un momento yo estuve segura de que se iban a empezar a reír, que me estaban haciendo una broma, pero no era así.
Y sin decirlo, todos pensamos lo mismo.
Que ese niño con la máscara de diablo...
Nunca lo fue, que sin saberlo esa noche todos tuvimos contacto con un fantasma o con algo peor.
